PONENCIA ALBERTO MAYOL: APORTES PARA LA DISCUSIÓN SOBRE EL PERFIL DEL SOCIÓLOGO

El 27 de Agosto del 2008 se realizó el panel: "El perfil del sociólogo y socióloga de la Universidad de Chile, posibilidades y orientaciones para su definición", donde expusieron los profesores: Canales, Barozet, Asún y Mayol.

PONENCIA ALBERTO MAYOL: APORTES PARA LA DISCUSIÓN SOBRE EL PERFIL DEL SOCIÓLOGO

  1. Introducción

Asumo que quería aportar algo sólido o por lo menos un bosquejo de ello. Pero la semana se disuelve y al final este texto es una especie de crónica de las críticas a los posibles aportes. Pido disculpas. Quisiera haber construido un silogismo perfecto, o una red de ellos. Quisiera haber elaborado un perfecto modelo. Quisiera aportar una solución. Hay muchos que ya no me creen si digo eso. Lo repito, para que sepan lo que no me creen por lo menos. Pues bien. El problema es que el asunto es complicado. Y esta ponencia lo es más aún. Nos estamos preguntando por el perfil del sociólogo a generar, el perfil de la carrera, el perfil de la sociología, la forma de hacerlo, cómo construir mallas, son demasiadas preguntas y se superponen. Pero se supone que como sociólogos sabemos trabajar con variables superpuestas. Se supone. Lo intentaré. Tal vez no lo logre. Muchos fuimos formados sin perfil.

Comencemos por el principio. La valoración de esta instancia. Debo decir que hay eventos tan interesantes como tristes. Pasa con las grandes noticias, usualmente lamentables, pero cautivantes a la vez. Algo parecido ocurre con el perfil del sociólogo. Es un gran tema, pero que en la Universidad de Chile, a 50 años del origen de la carrera, tengamos que pensar en el perfil del sociólogo que queremos, resulta con toda evidencia una ironía en el aniversario, una mezcla entre humor negro y masoquismo. Por supuesto, estaría bien querer cambiarlo, hacer una crítica del perfil ya existente y dar cuenta de las necesarias evoluciones, por ejemplo. Pero asumir que no lo tenemos es algo triste.

Es cierto que nuestra ausencia de perfil es signo de los tiempos. La desarticulación histórica que ha padecido la sociología en la Universidad de Chile tiene evidentes connotaciones políticas, que de alguna manera nos exculpan. Pero ya no es hora de culpar al dictador, entre tantos culpables posibles. La responsabilidad está en nuestras manos y –hay que decirlo- ya lleva varios años en ellas. Y en ese sentido, el proyecto de disciplina que construyamos hoy, será –con las derivadas propias de cualquier acto incontrolable- la sociología del futuro.

  1. Cómo pensar el perfil del sociólogo

Esta ponencia es una reflexión primaria, más del pathos (y con suerte del ethos) que del logos, No constituye mi aporte al perfil del sociólogo, sino sólo mi aporte al inicio de una reflexión. Estoy dispuesto a estar equivocado. Y asumo que es necesariamente así porque comienza un proceso en el cual espero se llegue a un final todo lo feliz que sea posible. No estoy esperanzado, para ser sincero. Pero tengo el deseo de que contemos definitivamente con una base que sustente los mínimos que nos hayamos dado sobre lo que esperar de los sociólogos que formamos.

Añado algo más. Se nos ha invitado explícitamente (y cito) a “una instancia inicial de las actividades sobre la construcción del perfil del egresado/a y redefinición de la malla curricular (…) en el marco del proyecto MECESUP”. Esta cita, tomándola en serio, me preocupa. No me parece prudente en lo más mínimo que el MECESUP sea una instancia central de la redefinición de nuestro perfil. El MECESUP, junto a muchos otros proyectos y actividades, podría ser un insumo importante para nuestro perfil, pero la decisión del mismo es de racionalidad electiva y no instrumental, al tiempo que supone un fuerte trabajo deliberativo como comunidad académica y no es el resultado de una ecuación donde se ponderan dimensiones del perfil y sus pesos. Es decir, debemos hacer uso de dispositivos racionales, pero no tomar las decisiones con base en la perspectiva técnica. Por eso, todo esto debe ser al revés. Es el proyecto MECESUP el que debe estar en el marco de las actividades de elaboración del perfil. Y no al revés. No es un tema semántico. El orden de los factores altera significativamente este producto.

Pues bien. Cómo pensar el perfil, cómo abordarlo. Tenemos la tendencia, los académicos, a pensar modestamente en lo que nosotros proyectamos como una sociología con sentido de futuro. Hay gente, es típico, que dice “las cosas van para allá”. Esta observación la hace con frecuencia el profesor Baño. Lo cierto es que quienes dicen esa frase, siempre bosquejan un diagnóstico que les conviene. Digo que es curioso porque es raro que las cosas vayan justo para donde uno quiere. A mí suele no pasarme. De alguna manera admiro a ese gente. O al menos admiro su optimismo.

Tenemos la tendencia, decía, los académicos, a proyectar en el futuro nuestros deseos. Y si nos invitan a este foro, la primera reacción mía -y asumo que de todos- es pensar en lo que yo creo para la sociología y en la consular importancia de eso que yo veo tan obvio. Es inevitable pensarlo así, por lo demás, por lo que es muy honesto asumirlo. Y muchos diremos aquí ‘las cosas van para allá’. Pero si estamos aquí sentados es para meter la mano en la rueda de la historia. Por un instante, que nos importe un carajo hacia dónde van las cosas. Se supone que es el instante donde debemos pensar la sociología que queremos. Pero claro, la sociología que yo quiero es seguramente muy distinta a la que otros colegas quieren y a la que los estudiantes quieren y así sucesivamente. Solipsismo, que le dicen. Por supuesto, no es tan así. Podríamos hacer un estudio cuali y veríamos, no sé, seis o siete grandes discursos sobre la sociología que queremos.

Pero al final desconfío de la sociología que queremos. También. Si lo pensamos un instante, qué es eso de querer cierta sociología. Está bien preguntarse normativamente por la sociología, por supuesto. Pero eso no implica determinar nuestra disciplina por el deseo de ciertos personajes más influyentes en la escena, pues además es claro que para el conjunto de sociólogos la probabilidad de construir la sociología que quieren es muy baja.

Entonces. Primeras conclusiones. Que no nos importe hacia dónde van las cosas, al menos no en principio y como fundamento universal.

Dos: que no nos importen demasiado nuestros deseos. No es así como se construye disciplina. Al final, recordar a Freud, los deseos son muy miserables y todo termina en que todos debieran trabajar mis temas, pero a la vez como yo digo y de un modo profundamente semejante a lo que hago, siempre y cuando me reconozcan que yo soy el mejor en esa área y me citen siempre. Si no, que se vayan al carajo. Eso dicen los deseos, que además suelen decirnos: te mereces todo, el premio nacional y todo lo demás. Desconfiemos entonces de los deseos. Irreales y un poco miserables.

He aquí un punto. Cómo asumir la dosis necesaria de normatividad y cotejarla con un principio de realidad. Cómo construir la sociología que Chile necesita. Problema 1: cómo saber qué sociología es esa. ¿La que necesita el mercado laboral? Suena feo, pero en parte siempre es así. ¿Es lo único? Asumo que nadie diría que es lo único. Necesitamos una sociología que sea capaz de dar cuenta de esa confusa cosa llamada realidad, el objeto hecho gloria y majestad. Por supuesto, la realidad es algo enteramente discutible, pero eso no supone que no se la pueda investigar.

Pues bien. Queremos construir un perfil de sociólogo. Fantástico. Algo así como cortarlos a todos con la misma tijera. Puede sonar feo, pero es legítimo y necesario. Depende ciertamente de la tijera. Eso de todas maneras. Es importante que sea distinguible un egresado de nuestra universidad. Asumo que es mucho mejor que adaptarnos a cómo vienen las cosas. Esto es clave. Tenemos que elegir. Es contradictorio querer tener un perfil definido y adaptarse a cómo vienen las cosas. Lo segundo es sumirse en la identidad general, lo primero es diferenciarse.

¿Y significa acaso que un perfil debe ser acotado? ¿Significa que elegir una cosa implica desdecirse de las otras? No, pero sí. Podemos tener de todo. Pero no de cualquier modo. La Universidad de Chile (y he aquí un punto) no puede tener un corte de tijera demasiado acotado. Nuestra casa de estudios tiene alma de universal. ¿Alguien no está de acuerdo? ¿Alguien cree que los tiempos han cambiado tanto que nuestra universidad no debe tener alma de universal? Yo no lo creo. La Universidad de Chile es ya una tijera que perfila, es ya una marca indeleble, a pesar de todo. ¿Vamos simplemente a adaptarnos a los tiempos? ¿No vemos acaso que los tiempos están comandados por otros? ¿Y qué hace alguien que todavía puede luchar cuando su identidad y su existencia están en juego? Lucha, por supuesto. Qué va a hacer. ¿Adaptarse a qué sería la alternativa? ¿A ser una mala copia del otro?

La tijera que la propia universidad nos impone, y repito, nos impone, es una tijera amplia y llena de oportunidades. No es la restricción, es precisamente lo contrario. La ciencia que cobijó el origen de esta universidad era una ciencia para Chile, una ciencia para conquistar la libertad. La propia universidad lo dic3e de sí misma: no es sólo el hogar de la ciencia. Es también la sangre y la fuerza. Son las alas de la libertad. La Universidad de Chile no puede dejar de jugar todos esos partidos. Es el sentido de su existencia. Yo no quiero trabajar en la Universidad de Chile por ser la mejor universidad del país o porque engrosa mi curriculum vitae. Aquí está en juego un proyecto. Sé que nos da pudor pensarlo. Que suena tan ridículo. No es época para tener causas. Y no se trata de caer en el viejo pecado de la hybris, la pérdida del sentido por falta de prudencia. No se trata de ver las cosas maniqueamente. Se trata de saber que los proyectos históricos están enganchados, encarnados y expresados en el día a día, dónde si no.

Pues bien. Nuestra responsabilidad histórica debe estar primero. El que no quiera hacerse cargo de ella, tendrá que expresar las razones. No podemos ser indiferentes. El que quiera renunciar a la responsabilidad histórica de esta casa de estudios, que lo diga.

Entonces, ¿cómo hacernos cargo de nuestra responsabilidad histórica? Asumiendo nuestro complicado carácter de universales. ¿Qué significa? Que no podemos tener una clausura radical en el desarrollo teórico, por ejemplo. No podemos ser, por decir interaccionistas simbólicos y punto. Ni podemos decir ‘vamos a ser buenos en metodologías’. Por supuesto, tenemos que serlo, pero necesitamos mucho más. No es sólo una cuestión de formar competencias, insisto, que también. Está en juego nuestra responsabilidad histórica. Por esto es que la especialización debe ser un proceso coherente con un sentido más amplio. No nos dejemos engañar con las ideas de que hay demasiados temas y por tanto debemos ofrecer más electivos y menos cursos regulares, pues eso favorecería la diversidad. Esto está bien mientras no vulnere el núcleo del asunto: y es que un sociólogo debe ser susceptible de especializarse, pero ante todo debe ser sociólogo y sus esfuerzos posteriores por desarrollar más un área que otra no pueden ser garantizados por el plan de estudios regular. Debemos instalar competencias y conocimientos fundamentales, capaces de absorber nuevos conocimientos. No debemos dispersarnos.

  1. Desafíos

Lamento no poder extenderme sobre la cuestión de la especialidad, sobre la compleja paradoja de formar en diversas áreas a un nivel de especificidad suficientemente alto. Asumo y lamento la carencia, pero es fundamental decir algunas cosas más.

Una perspectiva central a mi juicio es que no hay perfil de sociólogo de la Universidad de Chile sin entender el sentido de esta universidad. Siendo la principal universidad pública, su responsabilidad es mayor en lo disciplinar y social. Por tanto, no podemos avanzar en el perfil sin un diagnóstico sobre el estado de la sociología en Chile, sobre la situación del país y sobre la dimensión normativa que le damos a la sociología que deseamos construir en el futuro.

Por eso, me parece relevante pormenorizar algunos desafíos. Como departamento de sociología y como disciplina en Chile, podemos apreciar al menos algunos desafíos evidentes:

I. Resolver los grandes problemas. El principal, a mi juicio, la carencia de una configuración sólida de escenarios. Es este el diagnóstico más claro.

1. Carecemos de una comunidad científica en sociología y menos aún en áreas temáticas

a. No discutimos con otras universidades.
b. No hay áreas temáticas consolidadas como comunidades de especialistas.
c. Nuestros investigadores no saben trabajar en comunidad.

2. Carecemos de un circuito de publicaciones consolidado en Chile. Ni nos leemos entre nosotros, salvo por morbo, control político o discusión preconcebida; ni tenemos cómo leernos decuadamente ante la ausencia de circuito. ¿Cuáles son las revistas nacionales de primera división? ¿Dónde parte uno publicando para llegar a una mejor? Atomizados, todos salimos a añorar la publicación en el extranjero que nuestras personales redes nos faciliten (sin desmerecer el talento, pero no todos los talentosos publican), pero salimos sin historia, sin trayectoria alguna.

3. En nuestro departamento contamos con una pobreza de criterio de discusión lamentable. Confundimos debates disciplinarios y diferencias de paradigmas con problemas personales. Y viceversa.


4. Y en la carrera tenemos una paradoja. Una cultura entre los estudiantes altamente orientada al desarrollo del pensamiento sociológico, con grandes talentos y conocimientos y con una búsqueda de actividades relevantes (revistas de estudiantes, valoración de los buenos trabajos, etc), favorece el desarrollo de buenos sociólogos. Pero por otro lado, de un modo lamentable, esa cultura está asociada al fetichismo y la banalización. Los buenos estudiantes son empujados a la invulnerabilidad desde temprano, jóvenes promesas altamente significadas en lo simbólico y nulamente significadas en lo pragmático (¿ o es que acaso el departamento le consigue becas a los iluminados?). Peor aún, los propios compañeros favorecen esta mirada y se hace un ranking de esta realidad. Los que están abajo están condenados. Sienten que no importa lo que hagan, el áurea mágica ya se instaló en el otro. Y los que están arriba están inseguros: no pueden hacer las necesarias preguntas tontas, no pueden equivocarse, tienen que hacer la tesis más maravillosa de la historia, etc. Lo veo cada día llevando el sistema de seguimiento de tesis. Conocimientos teóricos adecuados y hasta superiores, manejo adecuado de de técnicas –sobre todo cuantitativas-, buenas ideas investigativas, intuiciones interesantes; pero las destrezas básicas (cómo problematizar, cómo sacar conclusiones) y la capacidad de tomar decisiones investigativas. De hecho, es sorprendente lo que cuesta tomar decisiones a nivel de los estudiantes.


II. Definir nuestras zonas de potencialidad en prestigio, capacidad docente, formación y salida al mercado.


1. Este es un punto que juzgo de central. Mucho hablamos de procesos de modernización, de aprender a llevar a cabo nuestras FODAS internas, en fin. Veo por todos lados estos análisis con el nombre de estratégicos. Lo hemos hecho a nivel de departamento. Mi crítica al respecto es lapidaria: no tenemos un plan de desarrollo claro y coherente, con puntos críticos. Y está ahí, es evidente y claro. Me permito precisarlo.


a. ¿Qué necesitamos para potenciar nuestros profesionales? Fundamentalmente presencia de nuestra sociología y prestigio. Es un buen objetivo, porque si lo construimos desde un plan honesto y de mediano plazo, estamos pensando en hacer las cosas bien para que sean reconocidas. ¿Y por qué es importante el prestigio? Dirán que hablo de cosas muy bonitas y nobles. No seré noble. Hablo pragmáticamente: a los profesionales se les contrata fuertementye influenciados por el prestigio del lugar donde estudiaron. Mientras la U fue la universidad de más prestigio, se contrataba en primer lugar a la gente de la U. Cuando la PUC logró consumar su prestigio, empujado primero desde una perspectiva de imaginarios adaptados a las capas altas y luego sí por indicadores más ciertos, inmediatamente situó mejor a sus profesionales. Así es que el prestigio es articulador de calidad (al ser su consecuencia), de capacidad de difundir (para que se note) y de resultados prácticos.

b. Pero sigo hablando un poco estupideces. Espero dejar de hacerlo. ¿Cómo se obtiene prestigio? En la sociología proviene de la investigación y de la vida académica. Si ustedes observan, es el mundo académico el que proyectado a la vida social otorga prestigio. En este sentido, el que logre el dominio de la esfera académica, tiene una mayor probabilidad de imponerse en el juego final. No es el que logra mejores puestos para sus egresados. Es éste un resultado del prestigio, no su causa. Por ejemplo, tiene una mayor probabilidad de ser contratado como académico un sociólogo de la Universidad de Chile o de la PUC que uno de otra universidad. Es un dato. La tendencia del último tiempo es que abundan más los jóvenes académicos de la Católica, o sea vamos perdiendo la batalla del prestigio. ¿Cómo lo hicieron? No importa. ¿Cómo lo podemos revertir nosotros? Simple. Sabemos que tenemos la materia prima. Nuestros estudiantes, con facilidad, transitan en la deriva académica. Sin embargo, ¿cómo hacer carne este elemento?

c. La Universidad de Chile tiene la imagen histórica de una universidad a la vanguardia de los procesos sociales. Para una universidad cualquiera, es inverosímil ante la ciudadanía plantear que propone hacerse cargo de una reforma importante. Cuando lo logran (que ha ocurrido) es una labor titánica y admirable. Pero para la Universidad de Chile esa ha sido una constante. Y la gente lo sabe. Si formamos una instancia, un programa, especializado en formación de competencias académicas, desde elementos teóricos, investigativos hasta teoría del aprendizaje (que no sabemos), procedimientos de evaluación, va a ocurrir que quienes marcarán diferencias en el mercado serán los nuestros y que a iguales curriculum, pesarán elementos añadidos como estos.

d. ¿Por qué darle un peso fuerte a la formación académica? Porque es el nudo que no es contradictorio con nada. La mayor parte de los sociólogos trabaja en investigación. Y la formación académica provee precisamente de esa competencia. Somos productores, sistematizadores de información, analistas, intérpretes. Es cierto que hay sociología en la intervención. Y ni la desmerezco ni la encuentro irrelevante. Todo lo contrario. Sin embargo, ella deriva también de las etapas investigativas y analíticas. La investigación es el medio específico del sociólogo. Fines pueden haber muchos. Para decirlo a lo Weber, durante la historia la sociología ha desarrollado diversos fines, pero su medio específico es el mismo.

e. Esto supone que debemos darle a nuestros investigadores jóvenes nuevas responsabilidades y debemos formarlos en competencias superiores, otorgando oportunidades y exigencias. Esto es clave. Cuando se implementan cambios y se definen perfiles claros, todas las exigencias toman carne y aumentan en términos absolutos y relativos. En rigor, recién pueden existir. Por eso, construir un perfil adecuado es un problema para todos, para profesores que se encuentran frente a diseños de cursos basados en objetivos últimos, para estudiantes que serán evaluados a partir de un criterio general que impide esas prácticas adaptativas por cada escenario.

Propongo atacar nuestro futuro con estrategia y con responsabilidad. No desprendernos de nuestro pasado, de la sociología que acá se hizo. ¿Cuántas tesis hay al respecto? ¿Cuántos académicos han ordenado esa historia vital de nuestra sociología? Por nuestras aulas pasaron grandes maestros. ¿Qué vamos a hacer con esa historia? ¿Simple cuento de hadas, para venta del folleto (que ni siquiera)?

Debemos hacer interactuar los perfiles de la disciplina, la universidad, el sociólogo deseado, el de la carrera añorada. Debemos recordar que la sociología tiene sus condiciones. Debemos combinar esto con el perfil de la universidad. Y con el perfil del sociólogo que se requiere para la actualidad. La carrera que diseñemos proviene de esta ecuación, aún no resuelta ni ponderada. Esta discusión abre los fuegos, aparentemente. No puedo decir que confíe en esta conversación, demasiado formalizada para mi gusto, basada en el carisma del púlpito y en el electrizado público de las tres de la tarde, con sueño de siesta y estómagos llenos. No me ilusiona la instancia. Ni creo que las cosas ahora se están haciendo como para llegar donde debemos. Hacemos esfuerzos. Nom dudo de las buenas voluntades yb hasta de algunos aciertos. Pero estamos lejos. Muy lejos. Para ser claros., No hemos estado a la altura de nuestra responsabilidad. Me acusarán de mesiánico. No me molesta. Usualmente los acusadores de mesiánicos son los mismos que creen en el mesías, no se entiende nada ni me importa. Pero no es así. Es todo lo contrario.

No lo niego. Creo en la prudencia, en no perder los papeles, en no caer en el griego pecado de la hybris, el mareo de poder. Pero al mismo tiempo, creo en la ambición. En la ambición de un proyecto colectivo. Entiendo que muchas universidades elijan un punto, un nudo, para transitar a un futuro perfilado. Asumo que es razonable para muchos abocarse a un área específica, decidir que interesará la sociología de las organizaciones o la investigación de mercado o la formación de funcionarios públicos. Está bien. Pero me aparece el siglo XIX y ese viejo proyecto casi caído y derrumbado, pero persistente y terco, que me dice “demonios (los proyectos siempre dicen demonios), la Universidad de Chile puede tener lo uno y lo otro, es la Roma de los caminos, es el Aleph donde se reúnen los lugares del universo”. Dirán que exagero. Pero sólo exagerando se pudo construir esta universidad tal y como fue. No es con utopías, con irrealidades, es con la aguda intensidad de saber qué es lo posible, por incómodo que parezca el esfuerzo por intentar eso que se ve tan lejano. Que no nos gane la flojera. Menos los prejuicios ni la mediocridad.

1 comentarios:

  Unknown

11 de agosto de 2009, 7:18

Sabes Alberto, no estoy de acuerdo cuando dices que el área aplicada queda subvertida a la académica, pues niega la posibilidad de replantearse desde la experiencia concreta, lo que resta las posibilidades de desarrollo de todo proceso académico.